El interminable inicio de una forma de ser
Esta es la época de la decadencia social
aguda,
Un filo de la navaja bien cortante,
Amenazante para resquebrajar la identidad
innata,
Un espírito demagogo basado en lo pagano,
Corrompido en lo material, alienado en lo
mental.
La psicología se basa ya en meros hechos
rutinarios,
En el psicoanálisis del sueño despierto,
Del hambre a imponerse a la voluntad de
ideas,
En el camino que separa la aleatoriedad de
lo curioso
Con la virtuosidad de la aceptación social
de hoy día.
Años oscuros por el encerramiento físico
Donde la mentalidad se daña a través de la
confusión,
¿Y qué es esto sino más que una disfunción del
raciocinio?
Un malestar inconsciente que cabe a la perfección,
Como si fuese acondicionado por un sastre del
control,
En esta diaria transfusión del pensamiento.
La crítica está perdida,
El humor ha ganado una batalla
Pero se aliena al filo de la navaja
Donde se aliena al rebaño
Cuando anochece y el frío se tumba.
La timidez que se ha enrocado en mí no debe
adquirir vulgar distancia
Con los hechos basados en la seguridad de mi
existencia.
Un mero testimonio ocurrió el primer día de
escuela,
Llevado por un transporte de la ciudad hacia
las afueras.
Niños gritando, niños alterados que, ¿son a la
vez niños sociables?
Una extraña melancolía sació mi mirada,
Una vivencia que nunca ocurrió bajo mis
sentidos.
El parar de ese transporte, frente a la entrada,
Donde coleaban más niños gritando y alterando
la escena,
Cargados de comodidad en esa fría y brumosa
mañana.
Esas primeras pisadas realmente pesaron,
La consciencia se distancia de ti y evoca al
olvido,
Ellos tienen un imán, ellos son los guerreros
con la espada,
Ellos solo veían el enemigo, alterando incluso
su propia existencia.
Dos pasos más y confluyó el máximo proceso de negación a la
naturaleza,
El caminar sin libertad ¡pero seguir caminando!..
hasta las puertas de la divina y sagrada religión.
Cuando entras, los paneles estructurales se
ciernen en tu mente,
Como una transfusión de sangre instantánea,
No eres tú, ni ellos son ellos,
Te haces copia, un papel impreso con los
puntos de la estructura,
Son cercos con grandes hojas punzantes,
incapaces de traspasarse,
¡Ni se te ocurra! Pues el jardín de las
delicias morales está dentro.
Así, pasando años y años de ser la copia
barata de un arquetipo procurado a lo largo de los tiempos,
Los dóciles portavoces entregan las
herramientas exactas para
Compartir y hacer saber de la comunidad tan
hermosa que seremos.
Comunidad en la que habrá tortugas y liebres,
Pero, ¿por qué preocuparnos por las
diferencias de la especie si pudiera ser más matizable en igualdad? - Los
portavoces, expresándose sin palabras.
El gran anzuelo del que he picado,
una honestidad nefasta que invoca al
sufrimiento personal,
a la impotencia del maestro espiritual.
La decadencia de convertirse en un ejemplo
vacío de sentido,
Ni reflexiones sacadas de una lucha de ideas.
Solo prevalecen las ganadoras, solo vive el
perdedor y,
Si sobrevives, el ostracismo, ansioso por verte
caer a las mismísimas y múltiples bocas del infiero, te espera.
Volviendo al jardín de las delicias, la
timidez se enroca en tí,
Haciéndote ver ese hueco que debes ocupar y,
efecto, lo acepté sin dudar.
Fueron varios años en ese asiento, y nadie me
hizo dueño de él,
Pues cuando el mundo que te rodea se te hace
impredecible dentro de esa especie de simulación ordenada y social,
Tus entrañas se enrollan de tal manera que el
símbolo material de la pertenencia se desvanece en tu subconsciente.
Algunos dictados sociales de los portavoces a
mi persona,
Tímida y embobada,
Acabaron por ser meras promesas de que ese
lugar es tuyo,
“Tú tendras ese asiento en el jardín”.
Esa promesa vició mi mente y la decadencia
volvió,
Apareció del limbo estructural la palabra
ambición, el éxito, las caricias con la luz de la fortuna iluminando cada extremidad
de tu alma,
Ese alma elevada y arropada, ¡qué gran
sensación!
El vacío existencial ocurrido décadas más
tarde significó que aunque ese asiento fuese mío,
El reemplazo siempre sería inminente, la
oscuridad confusa, tan nocturna como el aullido del lobo al espectro lunar,
caía en mi ser.
Muchas veces, la locura me hacía participar en
ese orden mantenido,
Haciéndo del romanticismo la herramienta perfecta
para imbuir mi soledad y lamento por aquellas tierras de niños gritando,
y alterando mi propia existencia
insignificante y reduciéndola al contrato social que crea esta ansiedad cuya
finalidad es la salvación.
Comentarios
Publicar un comentario