La repetición de valores y el descubrimiento solar
Una tarde viajando en el transporte público,
Cuando todo ser
se mostraba atareado en su mente por ver alguna anomalía externa utilizando el
secreto de su mente,
Comencé a
reflexionar las incesantes rutinas que al ser humano le convierte en mortal.
Si mortalidad es
el hecho impoluto de aquella línea marcada que toca a su fin,
Los carteles y
las propagandas del subconsciente que elevan el alma hacia la perpetua decadencia
se incrementan notablemente.
Lo observas en
sus miradas, sin traer de nuevo el término rebaño,
Ellos son lobos cuya
aceptación viene del consenso de ideas que comparten cada uno de ellos.
¡La opinión
solamente tiene colores! ¡Y nadie sabe a qué se debe ese cromatismo!
Ahi cuando las
andanzas de cualquiera prevalecen, andanzas mundanas que el más precoz mortal
pagano ha experimentado.
No importa,
mientras yo sea el eclipsador de la experiencia,
Vosotros seréis
mi rebaño – sus miradas dicen eso.
No existen
explicaciones que hayan sido enroladas en la magnitud que comprende el ego y la
duda. ¡Todo tiene explicación, y la invención se la dejamos a la nobleza
científica!
Ahí es cuando miré
al gran astro,
La timidez volvió
en cuanto mis ojos no pudieron contemplarlo por más tiempo,
Sus rayos
iluminaban todo el campo que abarca mi visión tan deteriorada y me pregunté: ¿gran
astro, tú eres la energía que entrega vida?
Si tan lejos de
ti yo me congelo y fallezco,
Si tan cerca de
ti yo me tuesto y desintegro,
¿por qué esta
distancia tan perfecta?
¿Acaso tú eres
quien controla lo que en este planeta llamamos perfección?
¿Acaso tú eres el
equilibrio que marca el no sentir a Dios y, por contra, el chamuscarte en los
infiernos?
Tú das vida,
descongelas la frialdad y alejas la tenebrosa y árida decadencia.
Oh, gran astro, ¡qué
ignorado has estado! ¡cuánto ciego has colgado por siempre!
No desvanezcas,
pues cuando dejas paso a la penumbra,
Aquellos lobos te
aúllan,
Y a tu mirada, te doy gracias.
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