Las Ruinas del Desierto

Descubren bajo la Antártida canales del tamaño de la torre Eiffel ...
Abril, 20, 2020

Mi nombre es Charles. Soy científico especializado en virología, habiendo estudiado en la Universidad de Kale. Vivo en el mayor búnker creado por la humanidad, localizado en Juneau (Alaska). Éste es mi testimonio:

Era el año 2050 y la ONA (Organización de las Naciones Atómicas) había proclamado el estado de alerta mundial por la proliferación de las armas químicas entre la Fuerza Oriental y la Corporación Libre. Los diarios no paraban de sacar noticias desveladoras que acrecentaban el clima de tensión. El mundo se preparaba para una guerra fatal.

Para ser más concretos, era un 20 de abril, cuando el General Mayor de la Fuerza Oriental, Tanaka, me envió un mensaje para reunirnos en la Torre Titan del Sáhara Helado. Si. Me encontraba en África, donde antiguamente yacía un desierto ardiente.

Era mi única esperanza. El General tenía las respuestas que yo necesitaba.

Antes de la reunión recibí dos hologramas en mi PUD provenientes de mi gran amigo Robert McClean y mi querida hermana Margaret.

En el caso de Robert, nunca tuve suficientes elogios por su capacidad diplomática, sobre todo, cuando estudiábamos en Kale. Siempre he estado orgulloso de ser su segundo en la fundación de nuestra organización Prosperidad Generacional. Había empezado como un círculo de científicos innovadores hasta que las corporaciones metieron las narices entre nuestros compañeros. Siempre pensaré que era algo esperado: nuestro objetivo era mayor que el de la propia Universidad y, si me permiten decirlo, que el de la humanidad. El antídoto fue nuestra lucha.

Mi hermana, Margaret, tenía unos planes ambiciosos para el futuro de la humanidad. Estudiante de medicina, se había interesado mucho por nuestra organización hasta tal punto que Robert la admitió con una ceremonia religiosa en honor a la ciencia.

Prosperidad Generacional siempre ha sido y será el santuario de la ciencia.

Dos guardias de seguridad de Tanaka llamaron a mi puerta:

— El General está a la espera — me advirtieron detrás de la salida.
— Saldré ahora mismo, vigilen por si acaso hay alguien espiando — les dije mientras me disponía a poner la mascarilla homologada y mi bata científica.

Abrí la puerta y no pude evitar observarlos con esos blindajes pesados. No es posible que puedan caminar cómodamente con esa armadura propia de los caballeros medievales.

Nos dirigíamos a la Torre Titan donde, en el piso más alto, se encontraba el General Mayor Tanaka. Un hombre con una idea muy clara después de muchas reuniones pasadas que habíamos tenido: que las corporaciones se unan para acabar con las hostilidades y el robo de datos a los PUDs de la gente.

En el piso 0 de la Torre Titan me llevaron al ascensor que subía a lo más alto. Para mi gusto, era muy parecido a un montacargas de un hotel de mala muerte. Subimos al quinto suelo.

Desde allí, el Desierto Helado parecía un yermo frío sin alma y con una niebla que no te permitía ver más allá del horizonte. Parecía lo que antes se conocía como Antártida, lugar que ha sido engullido por el mar hasta las profundidades más inimaginables de éste. Curioso, porque a partir de la desaparición de la Antártida, Estados Unidos había sufrido un crash que lo dejó sin energía durante meses. Millones de personas en las calles protestando, una clase política que no supo reaccionar y cientos de atentados en los edificios gubernamentales dejaron a Tano-Tech como único proveedor de energía en el país y, finalmente, en administrador “provisional” de todo el Estado.

Entré a la sala y observé la gran mesa rectangular, por mis referencias espaciales, la habitación tenía una superficie aproximada a 50 m2 mientras que la mesa ocupaba un 60% de ésta. Éramos cuatro personas, el General Mayor Tanaka, yo y dos personas de cuyo nombre no quiero acordarme.

— Bienvenido Señor Le Blanc — dándome la bienvenida el General mientras, sentado, fumaba un puro cubano.
— No sé qué cojones hacen estas dos personas aquí, mi General — vehemente le dije.
— Entiendo su postura perfectamente y es de mi agrado hacerle saber de dos noticias que querrá escuchar — mientras Tanaka formulaba estas palabras, los otros dos agachaban la cabeza.

Me senté en la mesa rectangular. Al frente, y con una gran distancia de por medio, el General; a mis costados, esas dos personas que no aceptaré nombrar nunca.

— Tenemos el Antídoto — sin tapujos, Tanaka me confirmó la noticia que esperaba con tanta ansia.
— ¿Sólo eso? ¿Quiero saber por qué estas dos “personas” están en la misma sala donde me encuentro? — contraataqué sabiendo que mi conciencia estaba ya tranquila por la consecución del Antídoto.
— Estos señores tienen algo que decirle acerca de “lo otro”, Señor Le Blanc. Procedan —

En aquel momento se levantaron esos dos, con la cara agachada y asustados. A uno de ellos le temblaba la mano de manera exagerada, lo que me creaba mucha incomodidad y ganas de darle dos bofetadas. El otro sujetaba un papel con sus dos manos, bien apretadas, estaba tenso y procedía a decirme algo:

— Señor Le Blanc, sabemos que no somos de su agrado, el continente europeo siempre ha sido muy hostil con usted y, como representantes de éste, queremos hacerle entrega de un proyecto de investigación vital para el futuro de nuestra especie. La Fuerza Oriental ha diseñado un plan único ante la inminente guerra atómica que nos espera. Le hacemos entrega del frasco que contiene el virus IJPG-8920. Este virus ha mutado varias veces y fueron encontrados en los restos del naufragio de la última fragata estadounidense que viajó a la Antártida. Nosotros sostenemos que este virus sería capaz de acabar con todas las personas que se encuentren encerradas en un mismo lugar. Podríamos… quiero decir, usted podría acabar con los habitantes de los búnkeres. Es decir, usted
tiene la llave para acabar con…

— ¡Espera! Vamos a pensar un poco. Me han dicho que tienen preparado el ansioso Antídoto para la radioactividad, luego me dan el virus IJPG… ¿Qué quieren?
— No le vamos a engañar. Nos sentimos europeos y… — cuando se disponían a hacer sus plegarias, interrumpió el General Mayor Tanaka.
— Quieren que el Antídoto llegue a toda la población europea. Señor Le Blanc, ya se lo había dicho muchas veces, estos sucios europeos parecen nacionalistas revolucionarios…
— Lo sé, mi General. Y si quieren saber mi opinión, me parece una falta de respe…

De repente, un pitido agudo se escuchó dentro de la vestimenta de los dos europeos. Tanaka se levantó de su asiento de forma explosiva, posando con fuerza sus manos sobre la mesa y frunciendo el ceño con tal fuerza que su frente parecían las grietas que deparan al infierno. Moviendo su mano derecha hacia su bolsillo izquierdo del pantalón, marca la pistola eléctrica con seducción para enfundarla.

— ¡No se muevan un pelo o quedan fritos! ¡Le Blanc, váyase de la sala ya! — con decisión me invitaba a salir de la habitación.
— No, mi General, quiero ver con mis propios ojos qué traman estos hijos de puta — le dije.
— ¿Pero de qué está hablando? ¡Se puede tratar de una bomba! — muy enfadado se me dirigió.

Los dos hombres europeos estaban estáticos, de piedra. Aquel que tenía la mano nerviosa tenía algo guardado en su bata, en el bolsillo interior. Su mano nerviosa se movía sigilosamente mientras discutía con el General Mayor Tanaka, mientras que una invasión de guardias de seguridad entraba por la sala y rodeaba cada esquina.

— Tenemos que proceder con cuidado. Un movimiento en falso y todo se iría a la mierda, mi General — advertí a Tanaka.

De repente, la persona con la mano nerviosa susurró mientras sudaba en grandes cantidades:

— Si… moveos, pequeños muñecos…
— ¡Está sacando algo de su bata! — gritó un guardia de seguridad mientras le apuntaba a la vez que sus compañeros.
— ¡Ya! — le voceé para que acabara ya con esto.

El “mano nerviosa” pulsó el activador que tenía dentro del interior de su bata y, consecuentemente, electrocutó a todos los guardias allí expuestos. Una imagen tan hermosa de ver y, a la vez, tan dolorosa de sentir.

El General Mayor Tanaka sobrevivió, ya que no llevaba la armadura blindada que vestían los guardias, ni tampoco los microchips de localización que sirvieron de receptor de corriente en el ataque. El General se rindió, irguió las manos e, impotente, se dirigió a mí:

— ¿Qu… ¿Quién eres? ¡Qué has hecho! — esta última exclamación dicha con tanta ira que su cara parecía un volcán.
— No, mira. — sonriendo — Siéntate, has tenido un día muy duro y eres mi amigo. Te contaré todo lo que quieras, mi querido Tanaka.

Mis compañeros europeos me examinaban con orgullo y alivio. Eran Robert McClean, el diplomático y Kylian Rasheed, el “mano nerviosa”, un norteamericano con raíces irlandesas y un saudí que vivía en Francia. Nuestra organización no entendía de fronteras.

— Blindad el sistema de seguridad de la computadora. Fuera cámaras, puertas cerradas y traed a los guardias extorsionados que limpien toda esta porquería — les mandé.

La primera parte de la estrategia había sido todo un éxito. Aún así, no podíamos conformarnos con una simple victoria. Lo sucedido ahí no debería darse a conocer nunca.

— Ahora mismo, Charles — respondió McClean.
— Rasheed, quédate aquí conmigo. Ya has hecho bastante por hoy.

Rasheed se sentó otra vez y respiró aliviado. Sacó un cigarrillo de su caja metálica, se lo colocó en la boca y, antes de encenderlo con las cerillas que estaban situadas en esa “cajita” contempló el paisaje yermo helado por la ventana, giró su mirar hacia el General Tanaka, sonrió con prepotencia y se lo encendió como si se tratara de un capo de la mafia napolitana. Mientras, yo me disponía a contarle todo lo que quería saber a mi amigo Tanaka.

— Estos cabrones que te había dicho antes son mis compañeros de Prosperidad Generacional. No queríamos ser malos, pero parece que no nos has dejado otra elección, mi General. Sé que el Antídoto que me ha querido entregar es un virus muy letal… y no cualquiera. Me ha tomado por estúpido y va a sufrir las consecuencias a la altura de las circunstancias en las que este mundo se ha encontrado últimamente.

Déjeme mirar el frasco del “supuesto” Antídoto.

— Señor Le Blanc, no sé de qué me habla — me suplica con la voz entrecortada. Abrí el cajón de la mesa que Tanaka tenía al lado de sus piernas y, sí, ahí estaba el frasco del “Antídoto” — Vaya, vaya… Éste es el virus de Marburg… Interesante… cuya fiebre hemorrágica viral es muy grave y altamente mortífera. La tasa de mortalidad va del 25 al 80 por ciento. Su peor brote fue en 2004 en Angola, donde de los 374 infectados fallecieron 329. Se transmite por contacto directo con sangre, líquidos orgánicos y tejidos de las personas infectadas como va a ser usted, mi querido amigo.

Rasheed sacó de su bolsillo (otro más de su bata) una jeringuilla dispuesto a seguir con lo acordado.

— Inyecte el virus a nuestro General.
— Noooo… ¡Ustedes están locos, totalmente locos! ¡Además, se van a contagiar por estúpidos y cobardes!
— Jajaja… — me reí mientras veía a Tanaka vivir una pesadilla — ¿Recuerda el virus que me han dado mis compañeros durante la reunión? ¿El virus IJPG-8920K? Pues, en realidad, éste es el real antídoto, (valga la redundancia) para el virus que me ha intentado colocar a mí.

El General lloraba de impotencia cuando Rasheed inyectó las últimas de este virus tan mortal. Mientras ganábamos la batalla, le exigí las siguientes obligaciones:

— Muy bien, mi general. Se ha portado muy bien. Ya estamos en el último escalón de este día tan fatídico para usted… ¿verdad? Usted va a hacer todo lo que Prosperidad Generacional le diga hasta ahora. A cambio, el antídoto nunca será destruido por nuestra organización. Este virus lo contagiará con sus seres queridos… Usted tenía una magnífica esposa y tres hijas con mucho potencial, ¿verdad? Aléjese de su familia o morirán contagiados por su culpa. Un consejo. Y como quiera mostrar la verdad, como quiera sacar a la luz todo lo sucedido hoy, no esperaremos a que el virus haga efecto. Rasheed, el microchip…

— Yo… no sé… me habéis matado sin haberme muerto… — decía, apaciguado, el General.

— No diga eso, mi General. Usted siga nuestras instrucciones, siga a Prosperidad Generacional y quizás le acabe gustando nuestro grupo. Pero háganos caso y no morirá ni usted ni su familia.

Rasheed coge de la cabeza al General, pone su mirada en frente de la suya y… ¡sfsghjfsjsfjfs!

(Silencio)

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